lunes, 25 de mayo de 2009

sábado, 23 de mayo de 2009

viernes, 22 de mayo de 2009

LAS CRUZADAS


Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas, en cumplimiento de un solemne voto, para liberar los Lugares Santos de la dominación mahometana. El origen de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas.

Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto de 1284, citado por Du Cange s.v. crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc. Desde la edad media el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a todas las guerras emprendidas en cumplimiento de un voto, y dirigidas contra infieles, ej. contra mahometanos, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.

Las guerras emprendidas por los españoles contra los moros constituyeron una cruzada incesante del siglo XI al XVI; en el norte de Europa se organizaron cruzadas contra los prusianos y lituanos; el exterminio de la herejía albigense se debió a una cruzada, y, en el siglo XIII los papas predicaron cruzadas contra Juan Lackland y Federico II.

Pero la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las guerras de carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio contra los persas en el siglo VII y la conquista de Sajonia por Carlomagno. La idea de la cruzada corresponde a una concepción política que se dio sólo en la Cristiandad del siglo XI al XV; esto supone una unión de todos los pueblos y soberanos bajo la dirección de los papas. Todas las cruzadas se anunciaron por la predicación.

Después de pronunciar un voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y era desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A los cruzados también se les concedían indulgencias y privilegios temporales, tales como exención de la jurisdicción civil, inviolabilidad de personas o tierras, etc.

domingo, 17 de mayo de 2009

lunes, 11 de mayo de 2009

Como en el 36



Varios templos del centro de Sevilla han amanecido hoy con diversas pintadas en contra de la Iglesia y con símbolos anarquistas.
En las iglesias de la Magdalena, la capilla de San Andrés , o el templo de los PP. Carmelitas Descalzos del Santo Ángel, se podían leer frases como "ardereis como en el 36" o "satán", entre otras, acompañadas por símbolos anarquistas.

No es la primera vez que se producen actos de este tipo en contra de la iglesia. Hay que recordar las pintadas en San Martín y la capilla de la Pastora de la calle Amparo, o los actos que tuvieron lugar en contra de la Macarena el pasado año.

Dos republicanas interrumpen un culto en una iglesia sevillana al grito de "arderéis como en el 36"

Dos mujeres, de unos cuarenta años de edad, declaradas republicanas, interrumpieron ayer los cultos de la Virgen de Araceli que se celebraban en la Iglesia de San Andrés. Mientras una permanecía callada, la otra aprovechó un momento de la homilía en el que el sacerdote hablaba del Papa para dirigirse desde los pies del templo y lanzar improperios contra el Sumo Pontífice y la propia Iglesia.
Fue necesaria la rápida intervención del sacristán y de varios fieles para que abandonara el templo mientras una de las mujeres gritaba “Arderéis como en el 36”, misma frase que, esta semana, apareció en una pintada sobre la fachada de la iglesia del Santo Ángel.

domingo, 3 de mayo de 2009

Punto y Final

sábado, 2 de mayo de 2009

Los condenados de Kosovo II Parte









Los condenados de Kosovo III Parte

viernes, 1 de mayo de 2009

San Jose Obrero


San José, Obrero

Fiesta instituida por Pío XII el 1 de mayo de 1955, para que —como dijo el mismo Pío XII a los obreros reunidos aquel día en la Plaza de San Pedro — «el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias». — Fiesta: 1 de mayo.

San José, descendiente de reyes, entre los que se cuenta David, el más famoso y popular de los héroes de Israel, pertenece también a otra dinastía, que permaneciendo a través de los siglos, se extiende por todo el mundo. Es la de aquellos hombres que con su trabajo manual van haciendo realidad lo que antes era sólo pura idea, y de los que el cuerpo social no puede prescindir en absoluto. Pues si bien es cierto que a la sociedad le son necesarios los intelectuales para idear, no lo es menos que, para realizar, le son del todo imprescindibles los obreros. De lo contrario, ¿cómo podría disfrutar la colectividad del bienestar, si le faltasen manos para ejecutar lo que la cabeza ha pensado? Y los obreros son estas manos que, aun a través de servicios humildes, influyen grandemente en el desarrollo de la vida social. Indudablemente que José también dejaría sentir, en la vida de su pequeña ciudad, la benéfica influencia social de su trabajo.

Sólo Nazaret —la ciudad humilde y desacreditada, hasta el punto que la gente se preguntaba: «¿De Nazaret puede salir alguna cosa buena?»— es la que podría explicarnos toda la trascendencia de la labor desarrollada por José en su pequeño taller de carpintero, mientras Jesús, a su lado, «crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres».

En efecto, allí, en aquel pequeño poblado situado en las últimas estribaciones de los montes de Galilea, residió aquella familia excelsa, cuando pasado ya el peligro había podido volver de su destierro en Egipto. Y allí es donde José, viviendo en parte en un taller de carpintero y en parte en una casita semiexcavada en la ladera del monte, desarrolla su función de cabeza de familia. Como todo obrero, debe mantener a los suyos con el trabajo de sus manos: toda su fortuna está radicada en su brazo, y la reputación de que goza está integrada por su probidad ejemplar y por el prestigio alcanzado en el ejercicio de su oficio.

Es este oficio el que le hace ocupar un lugar imprescindible en el pueblo, y a través del mismo influye en la vida de aquella pequeña comunidad. Todos le conocen y a él deben acudir cuando necesitan que la madera sea transformada en objetos útiles para sus necesidades. Seguramente que su vida no sería fácil; las herramientas, con toda su tosquedad primitiva, exigirían de José una destreza capaz de superar todas las deficiencias de medios técnicos; sus manos encallecidas estarían acostumbradas al trabajo rudo y a los golpes, imposibles de evitar a veces. Habiendo de alternar constantemente con la gente por quien trabajaba, tendría un trato sencillo, asequible para todos. Su taller se nos antoja que debía de ser un punto de reunión para los hombres —al menos algunos— de Nazaret, que al terminar la jornada se encontrarían allí para charlar de sus cosas.



José, el varón justo, está totalmente compenetrado con sus conciudadanos. Éstos aprecian, en su justo valor, a aquel carpintero sencillo y eficiente. Aun después de muerto, cuando Jesús ya se ha lanzado a predicar la Buena Nueva, le recordarán con afecto: «¿Acaso no es éste el hijo de José, el carpintero?», se preguntaban los que habían oído a Jesús, maravillados de su sabiduría. Y, efectivamente, era el mismo Jesús; pero José ya no estaba allí. Él ya había cumplido su misión, dando al mundo su testimonio de buen obrero. Por eso la Iglesia ha querido ofrecer a todos los obreros este espectáculo de santidad, proclamándole solemnemente Patrón de los mismos, para que en adelante el casto esposo de María, el trabajador humilde, silencioso y justo de Nazaret, sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo